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Milagros Socorro: «No creo que haya que aprender a defenderse del propio país, que jamás he concebido como enemigo.»

Foto prensa Kalathos

Milagros Socorro (Maracaibo, 1960) reconocida periodista y escritora, galardonada con el premio de la Bienal Literaria J.A. Ramos Sucre (1996), el Premio Nacional de Periodismo de Venezuela (1999), y el Premio Internacional Oxfam Novib (2018) otorgado por su dedicación a la defensa de la libertad de expresión; responde este cuestionario sobre su reciente libro editado en España por la editorial Kalathos. Un café con el dictador y otros relatos sin ficción son revelaciones de personajes fundamentales de Venezuela, seducidos por la curiosidad de la periodista y el artificio cultivado de la escritora.

La primera imagen que ha llegado a mi  cuando empecé a leer Un café con el dictador y otros relatos sin ficción ha sido la película de Woody Allen Midnight in París, en la que el protagonista viaja a través del tiempo por las calles de la capital francesa y conoce personajes memorables: Hemingway, Scott Fitzgerald y Zelda Saire, Salvador Dalí, Edgar Degas, Cole Porter entre otros, y con los que tiene la oportunidad de conversar y compartir. Quisiera saber ¿cómo accedió a estas historias de Francisco Suniaga, Farah Diba, Nelson Bocaranda, Héctor Abad Faciolince, Eugenio Montejo,  y si realmente son sin ficción?  

—He visto esa película varias veces. Y siempre me sume en una especie de nostalgia dolorosa: no podemos vivir más que las pequeñas vidas que nos tocan. Con mucha frecuencia (cuando paseo a mi perrita, cuando me relajo para dormir), tengo la fantasía de ir al pasado -los pasados- y frecuentar gente que admiro, Teresa de la Parra, Ida Gramcko, Alejandro Otero, José Agustín Catalá… Esas historias me llegaron en el curso de conversaciones informales o de entrevistas. Algunas se las pedí a amigos, porque recordaba que alguna vez me habían hecho referencia a esos momentos. Ninguna es ficción, todas ocurrieron fueron vividas o percibidas por alguien, lo que sí son es lenguaje, metáfora, y, por ese camino, están destinadas a devenir ficción.

Leyendo las historias Cuestión de prioridades y ¿De quién es el mundo?, y  su introducción sobre las sociedades de hoy ¿Podría estar de acuerdo con la siguiente afirmación de José  Ignacio Cabrujas?

«Uno tiene que aprender a defenderse de Venezuela y la mejor manera de defenderse de Venezuela es tratar de interpretarla»

—No. En general, suelo estar en desacuerdo con Cabrujas. No creo que haya que aprender a defenderse del propio país, que jamás he concebido como enemigo. Al contrario, tengo la fortuna de sentir fascinación por Venezuela. No es demasiado complejo; simplemente, me apasionan muchas de las cosas que pasaron aquí, la gente, el paisaje, las ocurrencias, el castellano de Venezuela.

Claro que he tratado de interpretar algunas cosas de Venezuela. Pero, sobre todo, intento narrarlo, contárselo a alguien y a mí misma. Me da como un susto, el del enamoramiento, cuando topo con una escena, un evento, a veces mínimo, que tiene como escenario el país en cualquiera de sus etapas.

He oído decir a algún escritor que preguntar por sus referentes literarios, es como dejarlos desnudos ante sus lectores al revelar quienes son cuando escriben o a quienes imitan ¿Qué opina sobre esta afirmación usted que es escritora y periodista?

—¿Acaso es uno consciente de su ideal? Por cada cuartilla que uno escribe ha leído ¿quinientas? ¿mil?; ha oído centenares de conversaciones, canciones, películas… Lo que todos queremos imitar es la vida, escribir algo que se parezca lo más posible a la vida. Por lo demás, imitar un maestro es imposible. A lo más que se llega es a remedar. No creo que ningún escritor adulto lo intente siquiera. Lo de quedar desnudo ante el lector es otra cosa. No hay escapatoria. Los temas, el lenguaje, las omisiones, las pausas… todo te revela. Si no quieres mostrarte, es mejor que no escribas.

Un paquete en Navidad, relato incluido en el libro, es impactante, conciso y potente. Martín Caparrós decía que la crónica no es sinónimo de mejor escritura, sino de ambición de mejor escritura ¿De todo lo que ha escrito recuerda algo que haya perturbado su sueño y por qué?

—Me da un poquito de vergüenza contestar tu pregunta con un lugar obviedad: lo que perturba mi sueño no es lo que ya escribí. Ya eso no importa. Lo horrible es lo que voy a escribir, lo que estoy escribiendo. Seguramente conoces la frase de Dorothy Parker: «Odio escribir, pero amo haber escrito». Lo del sueño es una buena idea para preguntar, puesto que escribimos mucho con el subconsciente, que es el que se desata cuando dormimos y suspendemos las vigilancias. Yo he ido cambiando con el tiempo mis ambiciones de mejor escritura. Me he ido resignando. Ahora mi única ambición es escribir. Algo. Un párrafo. Ya es mucho.

Artesanía de un azar es un titulo precioso digno de su contenido ¿Si pudiese sumergirse en un mundo y una época para encontrarse y conversar con una persona que no haya conocido ¿Con quién lo haría?

—Antes mencioné varias personas del pasado a quienes hubiera querido frecuentar. Con la excepción de Teresa de la Parra, a todos los conocí; incluso, a Alejandro Otero, quien dio una conferencia en el Teatro de Bellas Artes, de Maracaibo, cuando yo era estudiante de LUZ. Me impactó. Yo quisiera sumergirme en los años 50 (nací en el 60) y primeros 60, en Caracas. También me encantaría ser testigo invisible de los ocho, nueve, meses del gobierno de Gallegos. Estar ahí, ver y oír todo. Estar en una esquina de su habitación la noche en que se fue a la cama sabiendo que todo había terminado y que al día siguiente el país se hundiría otra vez en el asfalto mefítico del autoritarismo.

 Las crónicas parecen escritas desde la nostalgia, es un acierto contar con este tipo de anécdotas que revelan una Venezuela que muchos no  conocimos y que otros, poco o demasiado recuerdan. Son relatos con sentimientos, un territorio para la risa, el ingenio, el asombro  y que nos deja  ganas de un segundo volumen ¿Lo tendremos?

—Son tres preguntas en una. Desde niña pequeña tengo nostalgia por lo no vivido. Mi padre tenía una pequeña hacienda no lejana de Machiques, el pueblo donde vivíamos cuando yo era niña. Como él tenía horror no a la soledad sino a estar solo, que no es lo mismo, siempre andaba buscando quien lo acompañara, por breve que fuera el trayecto. Cuando levanté algunos palmos del suelo, me escogió de compañera (yo fui la mayor de sus hijos). Yo debía tener unos cuatro o cinco años cuando empecé a acompañarlo a “la matera”. Solo los dos. Mi padre ponía la radio e iba todo el camino cantando y percutiendo en el volante. Se sumía en una ensoñación ¿Imaginaba una vida paralela, en la que era cantante de la Sonora Matancera o rival de Sadel? Yo miraba los campos por la ventanilla y en el otro extremo del asiento de la camioneta, mi padre cantaba desde otra vida, ¿del pasado? ¿ajena? ¿imaginaria? Otra vida. Desde entonces estoy marcada por la nostalgia.

En el periodismo cuento para que otros estén al tanto de lo que son -o deberían ser- responsables. En la ficción, o en el no periodismo, cuento para vivirlo, para que vuelva a ocurrir, para que se arme en mis manos como una casa de muñecas iluminada y poblada de murmullos.

¿Habrá un segundo volumen? No lo sé. Lo que sí sé es que lo tengo empezado. Con remanentes del anterior. Con experimentos.

Usted que ha incursionado en distintos  géneros  ¿Considera la entrevista un género literario? 

—Si se escribe bien, sí. ¿A qué llamo escribir bien una entrevista? A que pueda ser leída dentro de doscientos años y no sea necesario apelar a Google para entender qué pasa ahí. Una entrevista literaria, como todo lo literario, es la que logra retener un fragmento de la vida, la que nos da la sensación de estar tan cerca de esas personas que podemos oír su respiración y ver la sangre corriendo por su garganta.

Pero, no olvidemos, la entrevista no es solo escritura. Antes hay dos etapas que disfruto enormemente, la investigación sobre el personaje y el diálogo propiamente. El texto se prefigura desde la investigación. Y la conversación o, más bien, el interrogatorio, es apasionante. Me gusta mucho hacer entrevistar largas, agotadoras…

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Explorando un poco su blog se nota su insistencia en descubrir el pensamiento de ciertas personalidades acerca del cine? ¿Tiene alguna  relación especial con este género que nos quiera contar?  

—Eso es un juego. Me tomo muy en serio la remuneración de mi trabajo. Mis amigas se burlan porque mis ínfulas encubren salarios pésimos, pero para mí es muy importante que mi trabajo tenga una retribución económica. Esas entrevistas de “El cine según…” es un divertimento que me inventé solo para ese blog. Ningún medio lo publicó. Tengo una gran relación con el cine. Percibo y amo muchos aspectos del cine. En secreto, me considero una pequeña experta. Pero, quién no. ¿Conoce usted alguien que no sea crea una autoridad en ver películas?

—Ha llamado mi atención, la espléndida descripción sobre su interlocutor introduciendo el relato, por ejemplo en Racionalidad posmoderna ¿Cuál ha sido la reacción de las personas que han podido verse desde sus ojos y plasmados con sus palabras?

—El libro acaba de salir. La mayoría no lo ha visto. Muchos ni siquiera saben que están en la selección de relatos. Lo que sí puedo documentar es la sorpresa de algunas personas al darse cuenta de que una historia o un detalle me han fascinado. Cuando eso ocurre, me cuento el cuento a mí misma, cambiando el orden de los hechos, resumiendo los diálogos… a ver qué efecto hace. Hace unos días, mi esposo me contó que había visto un video posteado por una de sus sobrinas. En el video, me contó, se veía a su hermana bailando con mucho swing. Esta mujer perdió su marido hace unos meses y ha estado quebrantada de salud. El video, me cuenta mi esposo en la cocina, mientras levantamos la mesa después de cenar, mostraba a La Negra bailando divino, en una calle, en Maracaibo, donde el gobernador había puesto un templete. «Yo veo», me dice mi esposo, «que está bailando con alguien de contextura doble, fuerte; y me estoy preguntando quién será ese tipo, cuando en plena rumba se voltea y entonces me doy cuenta de que tiene pecho de mujer. Le escribí a Adriana, mi sobrina, le comenté lo bien que veía a su madre y le pregunté quién era esa persona con la que estaba bailando su madre. “Es la enfermera que le contratamos”, me respondió». Esto me encantó. Una mujer se ve obligada por una situación apremiante a buscar trabajo. Es alta y fuerte, pero como ya está mayor, no puede aceptar algo tan pesado como solía hacer. No es enfermera profesional ni mucho menos, pero acepta el empleo porque se trata, básicamente, de acompañar a una señora que se vale para todo por sí misma. Lo que está es sola y un poco triste por su reciente viudedad, y así empiezan una relación laboral. Ninguna sabe, no lo puede sospechar, que la otra es una gran bailarina de salón. Hasta que un gobernante zafio se gasta un dineral en un espectáculo público y las hijas de la viuda la animan a asistir. Las hijas bailan con sus parejas y la madre, sentada en la silla plegable que le han llevado, mueve los pies y las manos, y tararea por lo bajo la canción. La enfermera, parada detrás de ella, hace lo mismo. Hasta que una hija se acerca, coge a su madre por las dos manos y la hace levantarse. Baila con ella unos segundos, hasta que es arrebatada por amigos. La viuda queda sola, bailando en el asfalto, y la enfermera, en pleno cumplimiento de su labor la sostiene. Y entonces suena una sabrosa guaracha que resulta ser la favorita de las dos… Despliegan auténticas piruetas cuando la hija hace el video, que, por cierto, no llegué a ver porque era de esos que prescriben como una flor de una noche.

Volviendo a personajes inolvidables ¿Por qué le impactó Alejandro Otero?

—¿Hay algo más impactante en la vida que un hombre inteligente, un creador, un artista, que, además, es guapísimo y tiene preciosa voz?

¿Qué evoca en Milagros Socorro la mención de la Sierra de Perijá ?

—La Sierra de Perijá es lo azul del alma. No es tanto algo que yo haya mirado por años, sino algo que me miró. Es donde voy todas las noches, fugitiva del cuento que habrá de torturarme en el mañana.

Karen Lentini Gómez, licenciada en Letras, máster en edición. Me gusta la primera letra de mi nombre, y leer a Kafka, pero mi vida es más sencilla que la de sus personajes. Vivo del otro lado de los libros, adivinando el mundo que habita en ellos. Soy esa mujer con sombrero que en la playa siempre está disfrutando de una novela o un grupo de cuentos, y que imagina la conversación que se puede tener con cada una de sus palabras. Blog: Habitantes de escritura https://www.karenlentinigomez.com/

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La primera imagen que ha llegado a mi  cuando empecé a leer Un café con el dictador y otros relatos sin ficción ha sido la película de Woody Allen Midnight in París, en la que el protagonista viaja a través del tiempo por las calles de la capital francesa y conoce personajes memorables: Hemingway, Scott Fitzgerald y Zelda Saire, Salvador Dalí, Edgar Degas, Cole Porter entre otros, y con los que tiene la oportunidad de conversar y compartir. Quisiera saber ¿cómo accedió a estas historias de Francisco Suniaga, Farah Diba, Nelson Bocaranda, Héctor Abad Faciolince, Eugenio Montejo,  y si realmente son sin ficción?  

—He visto esa película varias veces. Y siempre me sume en una especie de nostalgia dolorosa: no podemos vivir más que las pequeñas vidas que nos tocan. Con mucha frecuencia (cuando paseo a mi perrita, cuando me relajo para dormir), tengo la fantasía de ir al pasado -los pasados- y frecuentar gente que admiro, Teresa de la Parra, Ida Gramcko, Alejandro Otero, José Agustín Catalá… Esas historias me llegaron en el curso de conversaciones informales o de entrevistas. Algunas se las pedí a amigos, porque recordaba que alguna vez me habían hecho referencia a esos momentos. Ninguna es ficción, todas ocurrieron fueron vividas o percibidas por alguien, lo que sí son es lenguaje, metáfora, y, por ese camino, están destinadas a devenir ficción.

Leyendo las historias Cuestión de prioridades y ¿De quién es el mundo?, y  su introducción sobre las sociedades de hoy ¿Podría estar de acuerdo con la siguiente afirmación de José  Ignacio Cabrujas?

«Uno tiene que aprender a defenderse de Venezuela y la mejor manera de defenderse de Venezuela es tratar de interpretarla»

—No. En general, suelo estar en desacuerdo con Cabrujas. No creo que haya que aprender a defenderse del propio país, que jamás he concebido como enemigo. Al contrario, tengo la fortuna de sentir fascinación por Venezuela. No es demasiado complejo; simplemente, me apasionan muchas de las cosas que pasaron aquí, la gente, el paisaje, las ocurrencias, el castellano de Venezuela.

Claro que he tratado de interpretar algunas cosas de Venezuela. Pero, sobre todo, intento narrarlo, contárselo a alguien y a mí misma. Me da como un susto, el del enamoramiento, cuando topo con una escena, un evento, a veces mínimo, que tiene como escenario el país en cualquiera de sus etapas.

He oído decir a algún escritor que preguntar por sus referentes literarios, es como dejarlos desnudos ante sus lectores al revelar quienes son cuando escriben o a quienes imitan ¿Qué opina sobre esta afirmación usted que es escritora y periodista?

—¿Acaso es uno consciente de su ideal? Por cada cuartilla que uno escribe ha leído ¿quinientas? ¿mil?; ha oído centenares de conversaciones, canciones, películas… Lo que todos queremos imitar es la vida, escribir algo que se parezca lo más posible a la vida. Por lo demás, imitar un maestro es imposible. A lo más que se llega es a remedar. No creo que ningún escritor adulto lo intente siquiera. Lo de quedar desnudo ante el lector es otra cosa. No hay escapatoria. Los temas, el lenguaje, las omisiones, las pausas… todo te revela. Si no quieres mostrarte, es mejor que no escribas.

Un paquete en Navidad, relato incluido en el libro, es impactante, conciso y potente. Martín Caparrós decía que la crónica no es sinónimo de mejor escritura, sino de ambición de mejor escritura ¿De todo lo que ha escrito recuerda algo que haya perturbado su sueño y por qué?

—Me da un poquito de vergüenza contestar tu pregunta con un lugar obviedad: lo que perturba mi sueño no es lo que ya escribí. Ya eso no importa. Lo horrible es lo que voy a escribir, lo que estoy escribiendo. Seguramente conoces la frase de Dorothy Parker: «Odio escribir, pero amo haber escrito». Lo del sueño es una buena idea para preguntar, puesto que escribimos mucho con el subconsciente, que es el que se desata cuando dormimos y suspendemos las vigilancias. Yo he ido cambiando con el tiempo mis ambiciones de mejor escritura. Me he ido resignando. Ahora mi única ambición es escribir. Algo. Un párrafo. Ya es mucho.

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—Antes mencioné varias personas del pasado a quienes hubiera querido frecuentar. Con la excepción de Teresa de la Parra, a todos los conocí; incluso, a Alejandro Otero, quien dio una conferencia en el Teatro de Bellas Artes, de Maracaibo, cuando yo era estudiante de LUZ. Me impactó. Yo quisiera sumergirme en los años 50 (nací en el 60) y primeros 60, en Caracas. También me encantaría ser testigo invisible de los ocho, nueve, meses del gobierno de Gallegos. Estar ahí, ver y oír todo. Estar en una esquina de su habitación la noche en que se fue a la cama sabiendo que todo había terminado y que al día siguiente el país se hundiría otra vez en el asfalto mefítico del autoritarismo.

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En el periodismo cuento para que otros estén al tanto de lo que son -o deberían ser- responsables. En la ficción, o en el no periodismo, cuento para vivirlo, para que vuelva a ocurrir, para que se arme en mis manos como una casa de muñecas iluminada y poblada de murmullos.

¿Habrá un segundo volumen? No lo sé. Lo que sí sé es que lo tengo empezado. Con remanentes del anterior. Con experimentos.

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—Si se escribe bien, sí. ¿A qué llamo escribir bien una entrevista? A que pueda ser leída dentro de doscientos años y no sea necesario apelar a Google para entender qué pasa ahí. Una entrevista literaria, como todo lo literario, es la que logra retener un fragmento de la vida, la que nos da la sensación de estar tan cerca de esas personas que podemos oír su respiración y ver la sangre corriendo por su garganta.

Pero, no olvidemos, la entrevista no es solo escritura. Antes hay dos etapas que disfruto enormemente, la investigación sobre el personaje y el diálogo propiamente. El texto se prefigura desde la investigación. Y la conversación o, más bien, el interrogatorio, es apasionante. Me gusta mucho hacer entrevistar largas, agotadoras…

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—El libro acaba de salir. La mayoría no lo ha visto. Muchos ni siquiera saben que están en la selección de relatos. Lo que sí puedo documentar es la sorpresa de algunas personas al darse cuenta de que una historia o un detalle me han fascinado. Cuando eso ocurre, me cuento el cuento a mí misma, cambiando el orden de los hechos, resumiendo los diálogos… a ver qué efecto hace. Hace unos días, mi esposo me contó que había visto un video posteado por una de sus sobrinas. En el video, me contó, se veía a su hermana bailando con mucho swing. Esta mujer perdió su marido hace unos meses y ha estado quebrantada de salud. El video, me cuenta mi esposo en la cocina, mientras levantamos la mesa después de cenar, mostraba a La Negra bailando divino, en una calle, en Maracaibo, donde el gobernador había puesto un templete. «Yo veo», me dice mi esposo, «que está bailando con alguien de contextura doble, fuerte; y me estoy preguntando quién será ese tipo, cuando en plena rumba se voltea y entonces me doy cuenta de que tiene pecho de mujer. Le escribí a Adriana, mi sobrina, le comenté lo bien que veía a su madre y le pregunté quién era esa persona con la que estaba bailando su madre. “Es la enfermera que le contratamos”, me respondió». Esto me encantó. Una mujer se ve obligada por una situación apremiante a buscar trabajo. Es alta y fuerte, pero como ya está mayor, no puede aceptar algo tan pesado como solía hacer. No es enfermera profesional ni mucho menos, pero acepta el empleo porque se trata, básicamente, de acompañar a una señora que se vale para todo por sí misma. Lo que está es sola y un poco triste por su reciente viudedad, y así empiezan una relación laboral. Ninguna sabe, no lo puede sospechar, que la otra es una gran bailarina de salón. Hasta que un gobernante zafio se gasta un dineral en un espectáculo público y las hijas de la viuda la animan a asistir. Las hijas bailan con sus parejas y la madre, sentada en la silla plegable que le han llevado, mueve los pies y las manos, y tararea por lo bajo la canción. La enfermera, parada detrás de ella, hace lo mismo. Hasta que una hija se acerca, coge a su madre por las dos manos y la hace levantarse. Baila con ella unos segundos, hasta que es arrebatada por amigos. La viuda queda sola, bailando en el asfalto, y la enfermera, en pleno cumplimiento de su labor la sostiene. Y entonces suena una sabrosa guaracha que resulta ser la favorita de las dos… Despliegan auténticas piruetas cuando la hija hace el video, que, por cierto, no llegué a ver porque era de esos que prescriben como una flor de una noche.

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—La Sierra de Perijá es lo azul del alma. No es tanto algo que yo haya mirado por años, sino algo que me miró. Es donde voy todas las noches, fugitiva del cuento que habrá de torturarme en el mañana.

Karen Lentini Gómez, licenciada en Letras, máster en edición. Me gusta la primera letra de mi nombre, y leer a Kafka, pero mi vida es más sencilla que la de sus personajes. Vivo del otro lado de los libros, adivinando el mundo que habita en ellos. Soy esa mujer con sombrero que en la playa siempre está disfrutando de una novela o un grupo de cuentos, y que imagina la conversación que se puede tener con cada una de sus palabras. Blog: Habitantes de escritura https://www.karenlentinigomez.com/

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