El número de personas que abandonan el país con sus allegados para escapar de la carestía y rehacer su vida en la comunidad se ha duplicado en solo un año
Hace dos años Jorge Chacón y su mujer, Marta Pena, dejaron una vida atrás para empezar a construir una nueva en Galicia. Hace 59 años, el padre de ella había hecho el camino a la inversa. Cruzó el charco, como tantos otros, a finales de los años cincuenta para labrarse un futuro en la que era una de las tierras más prósperas de Sudamérica. Lo logró. Junto a su socio, Manuel García, un vecino de Ordes que había emigrado justo un año antes, levantó una fábrica de zapatos. «Entre otros negocios», matiza Manuel. Marta nació en Caracas, conoció a un muchacho venezolano, Jorge, se casaron… No tenían problema, pero las aguas comenzaron a revolverse. No valía de nada tener ahorros, porque no había qué comprar. «Comenzó a faltar la carne de vacuno, leche, jabón, champú…», detalla Jorge. Pero eso era solo el principio de la tragedia que, según Manuel, aún estaba por venir.
El joven yerno de su socio vio llegar la tormenta que iba a acabar devastando la economía de aquel próspero país al que habían emigrado. «Trabajaba en el Banco Exterior, del grupo Ignacio Fierro -recuerda -. De ahí que tuviera la oportunidad de comprobar que no había salida, que no iba a recuperarse. Todo apuntaba a que íbamos a caer en manos de un Gobierno totalitario que iba a hacerse con todos los poderes de una forma amañada».
Para Jorge y Marta, Galicia tomó entonces el relevo de aquella Venezuela a la que había emigrado Manuel como tierra de oportunidad. En el 2015 lo dejaron todo para venir a instalarse a la comunidad. Vinieron solos. Los padres de Marta, aunque son gallegos, optaron por quedarse. «Aún tienen esperanza y piensan que las cosas pueden cambiar», dice Jorge.
Él y su mujer son dos de las personas que ponen rostro a la estadística del INE que muestra el flujo al alza de personas que han agarrado con fuerza la mano que tiende Galicia a los emigrantes o sus descendientes para salir de nuevo a flote. También son muchos los que piden refugio.
En el 2015, fueron 683 los venezolanos que llegaron a la comunidad, prácticamente el doble de los que lo habían hecho en el 2014, pero solo la mitad de los 1.394 que desembarcaron el año pasado. La tendencia es al alza. Han venido muchos en los últimos dos meses. «No lo han hecho para quedarse, pero muchos toman unas vacaciones para ver qué hacer», apunta Ana Rosa Martínez, la presidenta de la Asociación de Venezolanos del Deza.
«Nos costó venir, pero no porque no pudiéramos: fue una cuestión emocional»
«Hacía mucho tiempo que teníamos ganas de venirnos. Comenzamos a considera esa idea hace unos tres años. Nos costó mucho salir del país, pero no porque no pudiéramos políticamente ni porque no tuviéramos medios económicos para hacerlo: fue una cuestión emocional, porque tienes que dejar muchas cosas atrás». Ana Cristina San Martín tiene 38 años. Es hija de gallegos. Llegó a Galicia hace un año con su marido y sus dos hijas para empezar de nuevo en Betanzos. Le costó dar el paso, pero dice que lo haría una y mil veces más. Sobre todo ahora que las cosas cada vez están peor en Venezuela. La calidad de vida que tiene aquí, adelanta, no tiene comparación.
Llegaron con las manos vacías. Pero salieron adelante. «Estamos superagradecidos por la ayuda que hemos tenido aquí», dice. Ahora han puesto en marcha una empresa que se llama Grelo Comunicaciones.