Inicio Inmigración Arepas a la huancaína, por Diego Macera

Arepas a la huancaína, por Diego Macera

«El llamado para facilitar la inmigración tiene, por supuesto, dimensiones humanitarias y de derechos básicos».

Diego Macera 

El olor a arepas inunda la sede de Interpol en Surco y de la Superintendencia Nacional de Migraciones en Breña. La diáspora bolivariana, motivada por la debacle liderada por Nicolás Maduro, ha visto a cientos de miles de venezolanos salir de su país en busca de mejores oportunidades económicas y seguridad. Hoy, cientos de ellos tramitan diariamente su permiso de residencia o carnet de extranjería en oficinas burocráticas de Lima. 

No hay una cifra oficial para el número de venezolanos en el Perú. Los estimados fluctúan entre 6.000 y 15.000. Los peruanos de hoy estamos poco acostumbrados a recibir huéspedes permanentes en nuestro país (nuestras propias diásporas de décadas pasadas explican que estemos más habituados a ser huéspedes nosotros mismos), pero salvo breves y reducidas expresiones de xenofobia y prejuicio los inmigrantes venezolanos son recibidos con empatía. Es que nosotros también pasamos las mismas.

 Fue un gran acierto humanitario del gobierno la promulgación en enero del permiso temporal de permanencia (PTP), que autoriza a los venezolanos llegados al Perú antes de diciembre del 2016 a residir legalmente durante un año mientras buscan un estatus legal estable. Pero la verdad es que el Perú está en la posición de hacer aun más –no solo por los inmigrantes venezolanos, sino por todos aquellos que pueden encontrar en nuestro país un destino para empezar una nueva vida–.

El llamado para facilitar la inmigración tiene, por supuesto, dimensiones humanitarias y de derechos básicos –sobre todo cuando se trata de familias que escapan de una situación de guerra o de pobreza extrema–. Pero tiene también motivaciones económicas profundas. Entre los liberales es una inconsecuencia favorecer fervientemente el libre intercambio de bienes y la libre movilidad de capitales entre países, pero ser más reservados y cautos con la libre movilidad de personas. Los economistas sabemos que los recursos –puestos en libertad– fluyen naturalmente hacia el destino donde pueden ser más productivos; si eso aplica para el capital, entonces es especialmente cierto para las personas. 

El Perú tiene mucho que ganar en esto. En primer lugar, a diferencia de la gran mayoría de naciones desarrolladas, el Perú no tiene un Estado del bienestar presto a ser explotado por los nuevos migrantes. Así, el costo para el sector público de absorber a nuevos trabajadores es relativamente bajo. En segundo lugar, el Perú es un país con capital humano escaso en ciertos sectores claves y que necesita profesionales y técnicos capacitados para ser competitivo a nivel global. Así como otros países se benefician hoy del trabajo de nuestros doctores y científicos que radican fuera, ¿por qué no aprovechar aquí a los ingenieros, programadores o emprendedores formados en el exterior? En tercer lugar, las habilidades de los migrantes no solo pueden complementar las de los trabajadores locales, sino que es una falacia la narrativa de que se puede “robar trabajo”. El número de empleos no es una cantidad fija; más bien se crea justamente con el esfuerzo y dinamismo económico al que aportan los inmigrantes.

El Perú ha demostrado ser especialmente solidario con los inmigrantes venezolanos, pero está en su propio interés abrir aun más las fronteras, sobre todo como respuesta unilateral a la ola de proteccionismo y xenofobia que barre hoy parte del mundo desarrollado. Por ejemplo, el proceso para obtener el carnet de extranjería por trabajo aún es muy engorroso, al punto en que abundan las mafias para “facilitarlo”. Si el ciudadano extranjero cumple las leyes locales, paga impuestos y quiere ser miembro de nuestra sociedad, ¿por qué necesita mucho más que un pasaporte en regla y antecedentes penales limpios para hacerlo? ¿Por qué no pensar, inicialmente, en que los nacionales de países de la Alianza del Pacífico puedan migrar y trabajar libremente en cualquiera de las naciones miembro, tal y como se hace en la Unión Europea?

En el Perú siempre nos hemos preciado de ser un país hospitalario. Quizá es hora de dar el primer paso y serlo en serio. No solo por los demás, sino sobre todo por nosotros mismos.

Fuente http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/arepas-huancaina-diego-macera-noticia-1989054

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«El llamado para facilitar la inmigración tiene, por supuesto, dimensiones humanitarias y de derechos básicos».

Diego Macera 

El olor a arepas inunda la sede de Interpol en Surco y de la Superintendencia Nacional de Migraciones en Breña. La diáspora bolivariana, motivada por la debacle liderada por Nicolás Maduro, ha visto a cientos de miles de venezolanos salir de su país en busca de mejores oportunidades económicas y seguridad. Hoy, cientos de ellos tramitan diariamente su permiso de residencia o carnet de extranjería en oficinas burocráticas de Lima. 

No hay una cifra oficial para el número de venezolanos en el Perú. Los estimados fluctúan entre 6.000 y 15.000. Los peruanos de hoy estamos poco acostumbrados a recibir huéspedes permanentes en nuestro país (nuestras propias diásporas de décadas pasadas explican que estemos más habituados a ser huéspedes nosotros mismos), pero salvo breves y reducidas expresiones de xenofobia y prejuicio los inmigrantes venezolanos son recibidos con empatía. Es que nosotros también pasamos las mismas.

 Fue un gran acierto humanitario del gobierno la promulgación en enero del permiso temporal de permanencia (PTP), que autoriza a los venezolanos llegados al Perú antes de diciembre del 2016 a residir legalmente durante un año mientras buscan un estatus legal estable. Pero la verdad es que el Perú está en la posición de hacer aun más –no solo por los inmigrantes venezolanos, sino por todos aquellos que pueden encontrar en nuestro país un destino para empezar una nueva vida–.

El llamado para facilitar la inmigración tiene, por supuesto, dimensiones humanitarias y de derechos básicos –sobre todo cuando se trata de familias que escapan de una situación de guerra o de pobreza extrema–. Pero tiene también motivaciones económicas profundas. Entre los liberales es una inconsecuencia favorecer fervientemente el libre intercambio de bienes y la libre movilidad de capitales entre países, pero ser más reservados y cautos con la libre movilidad de personas. Los economistas sabemos que los recursos –puestos en libertad– fluyen naturalmente hacia el destino donde pueden ser más productivos; si eso aplica para el capital, entonces es especialmente cierto para las personas. 

El Perú tiene mucho que ganar en esto. En primer lugar, a diferencia de la gran mayoría de naciones desarrolladas, el Perú no tiene un Estado del bienestar presto a ser explotado por los nuevos migrantes. Así, el costo para el sector público de absorber a nuevos trabajadores es relativamente bajo. En segundo lugar, el Perú es un país con capital humano escaso en ciertos sectores claves y que necesita profesionales y técnicos capacitados para ser competitivo a nivel global. Así como otros países se benefician hoy del trabajo de nuestros doctores y científicos que radican fuera, ¿por qué no aprovechar aquí a los ingenieros, programadores o emprendedores formados en el exterior? En tercer lugar, las habilidades de los migrantes no solo pueden complementar las de los trabajadores locales, sino que es una falacia la narrativa de que se puede “robar trabajo”. El número de empleos no es una cantidad fija; más bien se crea justamente con el esfuerzo y dinamismo económico al que aportan los inmigrantes.

El Perú ha demostrado ser especialmente solidario con los inmigrantes venezolanos, pero está en su propio interés abrir aun más las fronteras, sobre todo como respuesta unilateral a la ola de proteccionismo y xenofobia que barre hoy parte del mundo desarrollado. Por ejemplo, el proceso para obtener el carnet de extranjería por trabajo aún es muy engorroso, al punto en que abundan las mafias para “facilitarlo”. Si el ciudadano extranjero cumple las leyes locales, paga impuestos y quiere ser miembro de nuestra sociedad, ¿por qué necesita mucho más que un pasaporte en regla y antecedentes penales limpios para hacerlo? ¿Por qué no pensar, inicialmente, en que los nacionales de países de la Alianza del Pacífico puedan migrar y trabajar libremente en cualquiera de las naciones miembro, tal y como se hace en la Unión Europea?

En el Perú siempre nos hemos preciado de ser un país hospitalario. Quizá es hora de dar el primer paso y serlo en serio. No solo por los demás, sino sobre todo por nosotros mismos.

Fuente http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/arepas-huancaina-diego-macera-noticia-1989054

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