Inicio Curiosidades 10 costumbres venezolanas que cambié al mudarme a España

10 costumbres venezolanas que cambié al mudarme a España

1. Dejé de burlarme de los meteorólogos

Eso de decir que si el Observatorio Naval Cagigal avisa que va a llover podemos hacer planes para ir a la playa, quedó en el pasado. Desde que vivo en España se ha vuelto religión ver el pronóstico del tiempo y hasta tener una aplicación meteorológica en el teléfono.

2. Pasé de ser la brindada en el cumpleaños a tener que pagar la cuenta

En muchos lugares de Europa, eso de que te inviten el día de tu cumpleaños es algo impensable. Aquí, el cumpleañero paga. Eso sí, no intentes invitarlos a una reunión a tu casa pues a menos de que tengas confianza de años con ellos, difícilmente vayan.

3. Me acostumbré a que el almuerzo se respeta

Lo que más me pegó de mudarme fue sin duda el cambio de horario, y no me refiero al famoso jet lag. Los españoles tienen un horario laboral casi incomprensible para un venezolano, que incluye tres horas de almuerzo, hecho que se traduce a que de 2 a 5 todo está cerrado. Los venezolanos somos especialistas en hacer mercado, pagar la luz, ir al dentista y a la peluquería, y por último comprar a los niños el regalito para que lleven a la piñata, TODO ello durante la hora del almuerzo. Para nosotros, encontrarnos el 80% de las cosas cerradas es un balde de agua fría.

4. Tuve que aprender nuevas dimensiones en lo que respecta al espacio personal

Lo de contar tu vida en la cola del Mercadona, toquetear a tu interlocutor o amapuchar a alguien puede traer consecuencias negativas en España -como que crean que te ha flechado Cupido, o que vas de zumbada por la vida-. Aquí lo máximo que puedes obtener son los dos besos al saludar. Atrás quedó el abrazo de oso, recibir consejos psicológicos de la señora desconocida de la cola, sorprender a tu amiga con una nalgada en plena calle. Nuestra tan característica melosidad tenemos que dejarla para las mascotas o familiares que vengan de visita.

5. Cambié los pasapalos típicos por aceitunas, papas fritas y las tan famosas bravas

Si bien ir de tapas en España puede ser una de las mejores experiencias culinarias que vivas, la cosa cambia cuando te invitan a una reunión. Atrás quedaron los tequeños, los sándwiches con diablito y las salsitas para mojar pancitos, que comíamos en todas las reuniones y fiestas. Aquí los picadillos se hacen con aceitunas y papas fritas de bolsa. Con suerte, si estás en Cataluña como yo, te toparás con las famosas Patatas Bravas que no son más que papas fritas con salsa rosada picante.

6. Empecé a usar palabras que en Venezuela son puente directo al chalequeo

En España, son muchas las palabras que se redimensionan y que te hacen darte cuenta de la variedad que tiene el uso del español. “Tirar” y “coger” empezaron a salir con una normalidad extraña de mi boca un día, y la primera vez que no señalé un chinazo me di cuenta de que algo había cambiado. Sí, debo confesarlo, aún me río sola cuando voy por la calle y veo locales con nombres como “viajes verga” o publicidades que ofrecen cucharas gratis. Pero, sin duda alguna, la capacidad de verle a todo el doble sentido es algo que tendrás que dejar de lado hasta que te encuentres un venezolano en la calle y entre los dos exorcicen sus demonios.

7. Me acostumbré a escuchar más de un idioma en las calles

Y no sólo lo digo por el catalán, que es el idioma oficial de donde vivo. Aquí es común ir por las calles y escuchar inglés, francés, chino, alemán, nigeriano (en realidad, Kanuri-Kanembu) y demás idiomas -que a veces te harán preguntarte “¿ese señor habló o estornudó?”-.

8. Aprendí los nombres de los cortes de carne

Lo de “me das medio kilo pa’ mechar” ya no da resultado fuera de Venezuela. Aquí hay que aprenderse los nombres de las partes del animal y casi casi que hacer un curso de carnicero para poder explicarle al amable señor que lo que quieres es que te de la pieza enterita.

9. Me inicié en el arte del vermut

En Cataluña, por lo menos, son expertos en el divino arte del Vermut. No es sólo ir a un local y pedir esta bebida espirituosa. Hay que tomarse las cosas con calma, aprender a mojar la aceituna en la copa para que intercambien sabores, agregar la rodajita de naranja justo al inicio y acompañarlo todo con aceitunas, patatillas, berberechos, boquerones y demás cositas. Eso sí, siempre unas dos horas antes del almuerzo y con la mejor compañía que puedas, pues la hora del vermut es sinónimo de encontrarnos con los nuestros y celebrarlos. Es que el vermut es más que una bebida, aquí es un estado de ánimo y hasta una forma de vida.

10. Cambié la Chicha por la Horchata

No se parecen ni se escriben igual, pero ambas están muy buenas (al menos para mí). En esos días de calor que te provoca algo fresco, dulce y cremosito, la horchata entra en la garganta como lo haría la chicha de la esquina de San Jacinto en Caracas.

Fuente: matador network

http://matadornetwork.com/es/costumbres-venezolanas-que-cambie-al-mudarme-espana/

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1. Dejé de burlarme de los meteorólogos

Eso de decir que si el Observatorio Naval Cagigal avisa que va a llover podemos hacer planes para ir a la playa, quedó en el pasado. Desde que vivo en España se ha vuelto religión ver el pronóstico del tiempo y hasta tener una aplicación meteorológica en el teléfono.

2. Pasé de ser la brindada en el cumpleaños a tener que pagar la cuenta

En muchos lugares de Europa, eso de que te inviten el día de tu cumpleaños es algo impensable. Aquí, el cumpleañero paga. Eso sí, no intentes invitarlos a una reunión a tu casa pues a menos de que tengas confianza de años con ellos, difícilmente vayan.

3. Me acostumbré a que el almuerzo se respeta

Lo que más me pegó de mudarme fue sin duda el cambio de horario, y no me refiero al famoso jet lag. Los españoles tienen un horario laboral casi incomprensible para un venezolano, que incluye tres horas de almuerzo, hecho que se traduce a que de 2 a 5 todo está cerrado. Los venezolanos somos especialistas en hacer mercado, pagar la luz, ir al dentista y a la peluquería, y por último comprar a los niños el regalito para que lleven a la piñata, TODO ello durante la hora del almuerzo. Para nosotros, encontrarnos el 80% de las cosas cerradas es un balde de agua fría.

4. Tuve que aprender nuevas dimensiones en lo que respecta al espacio personal

Lo de contar tu vida en la cola del Mercadona, toquetear a tu interlocutor o amapuchar a alguien puede traer consecuencias negativas en España -como que crean que te ha flechado Cupido, o que vas de zumbada por la vida-. Aquí lo máximo que puedes obtener son los dos besos al saludar. Atrás quedó el abrazo de oso, recibir consejos psicológicos de la señora desconocida de la cola, sorprender a tu amiga con una nalgada en plena calle. Nuestra tan característica melosidad tenemos que dejarla para las mascotas o familiares que vengan de visita.

5. Cambié los pasapalos típicos por aceitunas, papas fritas y las tan famosas bravas

Si bien ir de tapas en España puede ser una de las mejores experiencias culinarias que vivas, la cosa cambia cuando te invitan a una reunión. Atrás quedaron los tequeños, los sándwiches con diablito y las salsitas para mojar pancitos, que comíamos en todas las reuniones y fiestas. Aquí los picadillos se hacen con aceitunas y papas fritas de bolsa. Con suerte, si estás en Cataluña como yo, te toparás con las famosas Patatas Bravas que no son más que papas fritas con salsa rosada picante.

6. Empecé a usar palabras que en Venezuela son puente directo al chalequeo

En España, son muchas las palabras que se redimensionan y que te hacen darte cuenta de la variedad que tiene el uso del español. “Tirar” y “coger” empezaron a salir con una normalidad extraña de mi boca un día, y la primera vez que no señalé un chinazo me di cuenta de que algo había cambiado. Sí, debo confesarlo, aún me río sola cuando voy por la calle y veo locales con nombres como “viajes verga” o publicidades que ofrecen cucharas gratis. Pero, sin duda alguna, la capacidad de verle a todo el doble sentido es algo que tendrás que dejar de lado hasta que te encuentres un venezolano en la calle y entre los dos exorcicen sus demonios.

7. Me acostumbré a escuchar más de un idioma en las calles

Y no sólo lo digo por el catalán, que es el idioma oficial de donde vivo. Aquí es común ir por las calles y escuchar inglés, francés, chino, alemán, nigeriano (en realidad, Kanuri-Kanembu) y demás idiomas -que a veces te harán preguntarte “¿ese señor habló o estornudó?”-.

8. Aprendí los nombres de los cortes de carne

Lo de “me das medio kilo pa’ mechar” ya no da resultado fuera de Venezuela. Aquí hay que aprenderse los nombres de las partes del animal y casi casi que hacer un curso de carnicero para poder explicarle al amable señor que lo que quieres es que te de la pieza enterita.

9. Me inicié en el arte del vermut

En Cataluña, por lo menos, son expertos en el divino arte del Vermut. No es sólo ir a un local y pedir esta bebida espirituosa. Hay que tomarse las cosas con calma, aprender a mojar la aceituna en la copa para que intercambien sabores, agregar la rodajita de naranja justo al inicio y acompañarlo todo con aceitunas, patatillas, berberechos, boquerones y demás cositas. Eso sí, siempre unas dos horas antes del almuerzo y con la mejor compañía que puedas, pues la hora del vermut es sinónimo de encontrarnos con los nuestros y celebrarlos. Es que el vermut es más que una bebida, aquí es un estado de ánimo y hasta una forma de vida.

10. Cambié la Chicha por la Horchata

No se parecen ni se escriben igual, pero ambas están muy buenas (al menos para mí). En esos días de calor que te provoca algo fresco, dulce y cremosito, la horchata entra en la garganta como lo haría la chicha de la esquina de San Jacinto en Caracas.

Fuente: matador network

http://matadornetwork.com/es/costumbres-venezolanas-que-cambie-al-mudarme-espana/

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