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Enfrentando el miedo

                                                              “Nunca se consiguió nada maravilloso excepto por aquellos que se atrevieron

                                                                             a creer que en su interior  había algo superior a las circunstancias”.

                                                                                                                                                                     Bruce Martin

Una respuesta absolutamente natural ante el peligro, es el miedo. La sensación puede recorrer el cuerpo, penetrar en la mente o sentirse en alma. Podría ser por algo que ocurrió en el pasado, por algo que se esté presentando en el momento o por una potencial situación.

Las personas sentimos miedo porque es necesario. Nos permite identificar las situaciones de riesgo y nos pone en un estado de alerta para evitar algo doloroso. El miedo es un mecanismo de defensa que se activa en nosotros en cuanto detectamos el peligro y nos prepara para responder con rapidez y de forma eficaz a las adversidades. La realidad es que el miedo debiera verse como algo natural, en virtud de que forma parte del esquema adaptativo que el hombre ha empleado desde siempre para sobrevivir.

Los miedos, en cierta forma son universales. Desde una aproximación muy sutil, los miedos específicos de cada persona representan una reacción universal a la muerte y la aniquilación. No es que lo tengamos consciente de esta forma, pero así es como operan, desde raíces muy profundas que nos alertan sobre la posibilidad de quedar absolutamente desprotegidos y morir. Pongamos como ejemplo el miedo al rechazo. Este es un miedo primigenio. Está en el ADN de cualquier ser humano, ya que la supervivencia de los primeros hombres dependía de su interacción y forma de relacionarse con los demás miembros del grupo. Cuando alguien era expulsado de su comunidad, sin duda quedaba expuesto y a merced de los depredadores. Hoy en día, ya no tememos a las terribles bestias de la estepa africana pero seguimos teniendo miedo al rechazo pese a la evolución que han tenido todos los grupos humanos y los cientos de grupos de pertenencia existentes. Porque en su expresión más común, se trata del miedo a no saber en dónde estamos, quienes somos o a dónde vamos y puede ser literal o refiriéndonos a los deseos más profundos de nuestra alma.

Es claro que cada persona tiene su propio lote de miedos que pueden manifestarse de diversas maneras. Por ejemplo, miedo a ser imperfecto, a ser indigno de amor, miedo a carecer de valor inherente, a no ser importante, a ser incapaz o incompetente, miedo a carecer de apoyo u orientación, miedo a ser desvalido o quedar atrapado en el dolor, miedo a ser dañado, a ser controlado por otros, miedo a perder la conexión con quienes amamos, en fin una serie de miedos que dan lugar a que nos defendamos para continuar “funcionando”. Aunque la mayoría de las personas lo haga reaccionando o paralizándose ante las circunstancias.

De ahí que no todos nuestros miedos son naturales. Muchos de ellos son aprendidos y provocados por las circunstancias en las que crecimos. Desde el momento que nacemos se crean las condiciones para que surja nuestro primer temor: enfrentarnos a nuevo mundo, fuera del seno materno. Y al llegar aquí, desde luego que lo hacemos cargados de necesidades naturales e innatas que deben satisfacerse para que podamos desarrollarnos como personas sanas y maduras. Pero aún en las mejores y más adecuadas circunstancias, de forma inevitable, nuestros padres no son capaces de satisfacer a la perfección cada una de esas necesidades asociadas a un desarrollo saludable. Nadie puede hacer eso. Debemos comprender que más allá de las buenas intenciones de quienes nos criaron, existieron momentos en que nuestras necesidades no fueron satisfechas en absoluto o que se presentaron desafíos para atenderlas (en especial aquellas necesidades que tampoco fueron satisfechas en nuestros padres en su momento). A consecuencia de esto, las personas desarrollamos una sensación de carencia sobre algunos elementos esenciales para sobrevivir. Esto se refleja más claramente en la niñez tardía y en la pubertad como una sensación inconsciente de ansiedad. Lo más desconcertante es que, generalmente, no tenemos claro qué nos produce ansiedad o miedo, muchas veces ni siquiera sabemos que eso es lo que estamos experimentando. No hay duda que el temperamento innato de los individuos determinará la forma en que se reacciona a esa ansiedad en la vida adulta, pero de ahí es de donde surgen los miedos más comunes – e inconscientes – de las personas.

A veces no somos capaces de expresarlo en palabras, pero lo que subyace en todas esas necesidades insatisfechas, es el miedo y muchos de nosotros pasamos inadvertidas esas carencias que después se convirtieron en nuestros más profundos temores. No somos lo suficientemente conscientes de ellos (los miedos) o no tenemos claro de dónde provienen y, en cualquier caso, ese es el verdadero peligro. Porque así es como nos dominan y se apropian de nuestra forma de ver la vida, de las decisiones que tomamos, de las acciones que emprendemos y de las cosas que dejamos de hacer.

Básicamente cuando tenemos miedo, rara vez somos capaces de ver con absoluta claridad el panorama y evaluarlo desde una perspectiva objetiva. Casi siempre, el miedo contribuye a imaginar el peor de los escenarios, uno que no tiene porqué ser el más probable o perjudicial pero que centra nuestra atención en los obstáculos haciéndolos ver muy de cerca, agigantados y en desproporción. Así es como las personas dejamos de ver las múltiples opciones que tenemos a nuestro alcance para enfrentar los desafíos y trascenderlos y, renunciamos a la posibilidad de crear la vida de nuestros sueños.

Como yo lo veo, el miedo a cualquier cosa, una entrevista laboral, hacer un viaje, emprender un nuevo proyecto, conocer gente nueva, intimar con las personas, etc., tiene sus raíces en otros miedos: miedo al fracaso, miedo a no ser aceptados, miedo a no pertenecer, miedo a equivocarse, miedo a sentirse desprotegidos, etc. Estos miedos pueden ser naturales, pero se vuelven irracionales en el momento en que nos paralizan o nos hacen reaccionar. El miedo debe ser tomado con cautela. Debe ser una oportunidad para reflexionar y poner en orden nuestros pensamientos. En la mente está todo lo que tememos, no fuera de nosotros. Cuando dentro de nosotros se activa un impulso interior que busca defenderse de un peligro irreal, la mente se esforzará en creer que ese peligro es real y hará todo cuanto esté a su alcance para confirmarlo. Así, nuestro más grande depredador son nuestros pensamientos irracionales. De modo que si respondemos al miedo con reflexión, sabremos exactamente a qué le tememos y seremos capaces de enfrentarlo con valentía.

La valentía es necesaria en nuestras vidas. Si los miedos son parte de ella, ser valientes, también. Porque los temores nos frenan, nos impiden avanzar, obstaculizan nuestros intentos por romper con nuestras propias barreras mentales. Las personas valientes no son aquellas que logran grandes cosas, sino las que se atreven a desafiar sus mentes y a ir en pos de lo que desean. Es por eso que dicen que la mente es muy poderosa y es capaz de gobernarnos, pero el corazón es quien dicta los caminos, el que es capaz de domar a esa fiera que llevamos dentro para obviar las dificultades que parecen invencibles y que aún no sabemos si son reales o imaginarias.

No necesitamos ser valientes para las cosas que no representan un desafío o un peligro para nosotros. El valor o la valentía solo tienen cabida si hay miedo. De modo que no importa si el miedo es racional o no. A fin de cuentas, lo que realmente importa es qué tan conscientes somos de nuestros temores y la forma en que los manejamos para vencerlos. Los recursos y las estrategias con las que contamos para enfrentar nuestros miedos son clave en los momentos en que nos corresponde sacar valor y fuerza de donde creemos que no hay. Tristemente, estamos inmersos en un mundo donde muchísima gente tiene como principal estrategia la de evitar las situaciones en las que se sienten inseguras o “en peligro”. No necesitamos ahondar mucho en este punto para reconocer que esa estrategia puede privarnos de experiencias únicas e irrepetibles, capaces de aportar un valor inconmensurable a nuestro crecimiento y a nuestras vidas.

Sin duda que todo esto suena excepcional, pero lo que realmente es útil saber es ¿cómo accedemos al valor? ¿cómo se logra? ¿cómo se hace para vencer el miedo y seguir?

Quizás lo más importante a saber es que sentir miedo no es lo mismo que ser cobarde. Pero que ser valiente es mucho más que reconocer el miedo. Ante las situaciones que nos atemorizan es imprescindible replantearnos aquello que más tememos que ocurra. Cuando sugiero un replanteamiento, me refiero a considerar la posibilidad de que todo puede cambiar su rumbo. No necesariamente para que resulte en lo que yo tengo en mente… sino quizás para que resulte mejor. Los seres humanos a veces olvidamos que, en general y pese a todas las naturales desventuras de la vida, ésta en realidad es benévola y sustentadora. Casi siempre son nuestros miedos irracionales los que nos llevan a anclarnos en los aspectos dolorosos, oscuros y trágicos de la vida. La mente es capaz de imaginar las peores situaciones posibles, pero si prestamos un poco más de atención a lo que ocurre a nuestro alrededor, nos daremos cuenta que no se compone de ese tipo de situaciones. Necesitamos ver con mayor objetividad lo que pasa y si nos lo permitimos comprobamos que, en efecto, la vida nos apoya y que, de muchas formas, resulta un milagro. La cuestión es que no vemos. Simplemente es que nos hemos cerrado al reconocimiento de esa abundancia y generosidad que la vida nos ofrece. Por eso es que tenemos miedo.

No soy una persona religiosa, pero he de reconocer que todas las grandes religiones del mundo enseñan algo en común: que no estamos solos y que existe un poder superior a nosotros que nos apoyo y nos protege de formas inexplicables y por ende, incomprensibles. Cada situación, cada persona, cada cosa que forma parte de nuestra existencia se convierte en maestro si así lo decidimos. No puede haber peligro en aprender. Porque si somos observadores, nos daremos cuenta que todo en la vida existe para apoyar nuestro crecimiento y nuestra evolución. El mundo necesita despertar a esta verdad para poder abrirse a las bondades que la vida nos ofrece.

Si hoy sientes miedo por algo, no temas. Recuerda esto: todo lo que verdaderamente deseas y estás buscando se encuentra dentro de ti, en el aquí y el ahora…

Gabriela Soberanis Madrid
Dirección General Enfoque Integral
Consultoría, Capacitación y Coaching para el éxito
gsoberanis@enfoqueintegral.com.mx

http://www.mundocoachingmagazine.com/

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Enfrentando el miedo

                                                              “Nunca se consiguió nada maravilloso excepto por aquellos que se atrevieron

                                                                             a creer que en su interior  había algo superior a las circunstancias”.

                                                                                                                                                                     Bruce Martin

Una respuesta absolutamente natural ante el peligro, es el miedo. La sensación puede recorrer el cuerpo, penetrar en la mente o sentirse en alma. Podría ser por algo que ocurrió en el pasado, por algo que se esté presentando en el momento o por una potencial situación.

Las personas sentimos miedo porque es necesario. Nos permite identificar las situaciones de riesgo y nos pone en un estado de alerta para evitar algo doloroso. El miedo es un mecanismo de defensa que se activa en nosotros en cuanto detectamos el peligro y nos prepara para responder con rapidez y de forma eficaz a las adversidades. La realidad es que el miedo debiera verse como algo natural, en virtud de que forma parte del esquema adaptativo que el hombre ha empleado desde siempre para sobrevivir.

Los miedos, en cierta forma son universales. Desde una aproximación muy sutil, los miedos específicos de cada persona representan una reacción universal a la muerte y la aniquilación. No es que lo tengamos consciente de esta forma, pero así es como operan, desde raíces muy profundas que nos alertan sobre la posibilidad de quedar absolutamente desprotegidos y morir. Pongamos como ejemplo el miedo al rechazo. Este es un miedo primigenio. Está en el ADN de cualquier ser humano, ya que la supervivencia de los primeros hombres dependía de su interacción y forma de relacionarse con los demás miembros del grupo. Cuando alguien era expulsado de su comunidad, sin duda quedaba expuesto y a merced de los depredadores. Hoy en día, ya no tememos a las terribles bestias de la estepa africana pero seguimos teniendo miedo al rechazo pese a la evolución que han tenido todos los grupos humanos y los cientos de grupos de pertenencia existentes. Porque en su expresión más común, se trata del miedo a no saber en dónde estamos, quienes somos o a dónde vamos y puede ser literal o refiriéndonos a los deseos más profundos de nuestra alma.

Es claro que cada persona tiene su propio lote de miedos que pueden manifestarse de diversas maneras. Por ejemplo, miedo a ser imperfecto, a ser indigno de amor, miedo a carecer de valor inherente, a no ser importante, a ser incapaz o incompetente, miedo a carecer de apoyo u orientación, miedo a ser desvalido o quedar atrapado en el dolor, miedo a ser dañado, a ser controlado por otros, miedo a perder la conexión con quienes amamos, en fin una serie de miedos que dan lugar a que nos defendamos para continuar “funcionando”. Aunque la mayoría de las personas lo haga reaccionando o paralizándose ante las circunstancias.

De ahí que no todos nuestros miedos son naturales. Muchos de ellos son aprendidos y provocados por las circunstancias en las que crecimos. Desde el momento que nacemos se crean las condiciones para que surja nuestro primer temor: enfrentarnos a nuevo mundo, fuera del seno materno. Y al llegar aquí, desde luego que lo hacemos cargados de necesidades naturales e innatas que deben satisfacerse para que podamos desarrollarnos como personas sanas y maduras. Pero aún en las mejores y más adecuadas circunstancias, de forma inevitable, nuestros padres no son capaces de satisfacer a la perfección cada una de esas necesidades asociadas a un desarrollo saludable. Nadie puede hacer eso. Debemos comprender que más allá de las buenas intenciones de quienes nos criaron, existieron momentos en que nuestras necesidades no fueron satisfechas en absoluto o que se presentaron desafíos para atenderlas (en especial aquellas necesidades que tampoco fueron satisfechas en nuestros padres en su momento). A consecuencia de esto, las personas desarrollamos una sensación de carencia sobre algunos elementos esenciales para sobrevivir. Esto se refleja más claramente en la niñez tardía y en la pubertad como una sensación inconsciente de ansiedad. Lo más desconcertante es que, generalmente, no tenemos claro qué nos produce ansiedad o miedo, muchas veces ni siquiera sabemos que eso es lo que estamos experimentando. No hay duda que el temperamento innato de los individuos determinará la forma en que se reacciona a esa ansiedad en la vida adulta, pero de ahí es de donde surgen los miedos más comunes – e inconscientes – de las personas.

A veces no somos capaces de expresarlo en palabras, pero lo que subyace en todas esas necesidades insatisfechas, es el miedo y muchos de nosotros pasamos inadvertidas esas carencias que después se convirtieron en nuestros más profundos temores. No somos lo suficientemente conscientes de ellos (los miedos) o no tenemos claro de dónde provienen y, en cualquier caso, ese es el verdadero peligro. Porque así es como nos dominan y se apropian de nuestra forma de ver la vida, de las decisiones que tomamos, de las acciones que emprendemos y de las cosas que dejamos de hacer.

Básicamente cuando tenemos miedo, rara vez somos capaces de ver con absoluta claridad el panorama y evaluarlo desde una perspectiva objetiva. Casi siempre, el miedo contribuye a imaginar el peor de los escenarios, uno que no tiene porqué ser el más probable o perjudicial pero que centra nuestra atención en los obstáculos haciéndolos ver muy de cerca, agigantados y en desproporción. Así es como las personas dejamos de ver las múltiples opciones que tenemos a nuestro alcance para enfrentar los desafíos y trascenderlos y, renunciamos a la posibilidad de crear la vida de nuestros sueños.

Como yo lo veo, el miedo a cualquier cosa, una entrevista laboral, hacer un viaje, emprender un nuevo proyecto, conocer gente nueva, intimar con las personas, etc., tiene sus raíces en otros miedos: miedo al fracaso, miedo a no ser aceptados, miedo a no pertenecer, miedo a equivocarse, miedo a sentirse desprotegidos, etc. Estos miedos pueden ser naturales, pero se vuelven irracionales en el momento en que nos paralizan o nos hacen reaccionar. El miedo debe ser tomado con cautela. Debe ser una oportunidad para reflexionar y poner en orden nuestros pensamientos. En la mente está todo lo que tememos, no fuera de nosotros. Cuando dentro de nosotros se activa un impulso interior que busca defenderse de un peligro irreal, la mente se esforzará en creer que ese peligro es real y hará todo cuanto esté a su alcance para confirmarlo. Así, nuestro más grande depredador son nuestros pensamientos irracionales. De modo que si respondemos al miedo con reflexión, sabremos exactamente a qué le tememos y seremos capaces de enfrentarlo con valentía.

La valentía es necesaria en nuestras vidas. Si los miedos son parte de ella, ser valientes, también. Porque los temores nos frenan, nos impiden avanzar, obstaculizan nuestros intentos por romper con nuestras propias barreras mentales. Las personas valientes no son aquellas que logran grandes cosas, sino las que se atreven a desafiar sus mentes y a ir en pos de lo que desean. Es por eso que dicen que la mente es muy poderosa y es capaz de gobernarnos, pero el corazón es quien dicta los caminos, el que es capaz de domar a esa fiera que llevamos dentro para obviar las dificultades que parecen invencibles y que aún no sabemos si son reales o imaginarias.

No necesitamos ser valientes para las cosas que no representan un desafío o un peligro para nosotros. El valor o la valentía solo tienen cabida si hay miedo. De modo que no importa si el miedo es racional o no. A fin de cuentas, lo que realmente importa es qué tan conscientes somos de nuestros temores y la forma en que los manejamos para vencerlos. Los recursos y las estrategias con las que contamos para enfrentar nuestros miedos son clave en los momentos en que nos corresponde sacar valor y fuerza de donde creemos que no hay. Tristemente, estamos inmersos en un mundo donde muchísima gente tiene como principal estrategia la de evitar las situaciones en las que se sienten inseguras o “en peligro”. No necesitamos ahondar mucho en este punto para reconocer que esa estrategia puede privarnos de experiencias únicas e irrepetibles, capaces de aportar un valor inconmensurable a nuestro crecimiento y a nuestras vidas.

Sin duda que todo esto suena excepcional, pero lo que realmente es útil saber es ¿cómo accedemos al valor? ¿cómo se logra? ¿cómo se hace para vencer el miedo y seguir?

Quizás lo más importante a saber es que sentir miedo no es lo mismo que ser cobarde. Pero que ser valiente es mucho más que reconocer el miedo. Ante las situaciones que nos atemorizan es imprescindible replantearnos aquello que más tememos que ocurra. Cuando sugiero un replanteamiento, me refiero a considerar la posibilidad de que todo puede cambiar su rumbo. No necesariamente para que resulte en lo que yo tengo en mente… sino quizás para que resulte mejor. Los seres humanos a veces olvidamos que, en general y pese a todas las naturales desventuras de la vida, ésta en realidad es benévola y sustentadora. Casi siempre son nuestros miedos irracionales los que nos llevan a anclarnos en los aspectos dolorosos, oscuros y trágicos de la vida. La mente es capaz de imaginar las peores situaciones posibles, pero si prestamos un poco más de atención a lo que ocurre a nuestro alrededor, nos daremos cuenta que no se compone de ese tipo de situaciones. Necesitamos ver con mayor objetividad lo que pasa y si nos lo permitimos comprobamos que, en efecto, la vida nos apoya y que, de muchas formas, resulta un milagro. La cuestión es que no vemos. Simplemente es que nos hemos cerrado al reconocimiento de esa abundancia y generosidad que la vida nos ofrece. Por eso es que tenemos miedo.

No soy una persona religiosa, pero he de reconocer que todas las grandes religiones del mundo enseñan algo en común: que no estamos solos y que existe un poder superior a nosotros que nos apoyo y nos protege de formas inexplicables y por ende, incomprensibles. Cada situación, cada persona, cada cosa que forma parte de nuestra existencia se convierte en maestro si así lo decidimos. No puede haber peligro en aprender. Porque si somos observadores, nos daremos cuenta que todo en la vida existe para apoyar nuestro crecimiento y nuestra evolución. El mundo necesita despertar a esta verdad para poder abrirse a las bondades que la vida nos ofrece.

Si hoy sientes miedo por algo, no temas. Recuerda esto: todo lo que verdaderamente deseas y estás buscando se encuentra dentro de ti, en el aquí y el ahora…

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